Los libros desde siempre han sido buenos compañeros y lo son más aún en el contexto del confinamiento. Sin ir más lejos, en Chile el año 2020 aumentaron en un 48% los préstamos en la Biblioteca Pública Nacional (BPDigital) y es un hecho que las plataformas gratuitas de acceso a la cultura han cobrado cada vez más relevancia.
También se ha visto un auge en el comercio electrónico. Buscalibre, por ejemplo, una compañía chilena que vende libros de forma virtual, experimentó un crecimiento del 196% en las ventas el año pasado. Pero las librerías físicas no han corrido la misma suerte: se han visto duramente golpeadas por el cierre derivado de la coyuntura del covid-19 y muchas incluso, han tenido que cerrar sus puertas de manera indefinida.
El libro como bien esencial
La tarea en tiempo récord ha sido subirse al carro de la digitalización, desde el punto de vista del formato, como de las plataformas de venta. Esto, en un país donde la brecha digital es enorme, lo que impide el acceso universal a algo que actualmente es considerado como un "bien esencial". En ese sentido cabe preguntarse, ¿cuántos niños y niñas, sobre todo en sectores vulnerables o en territorios rurales, quedan excluidos de la lectura al no tener acceso a plataformas para leer en línea en un contexto como el actual?.
Tenemos un mercado del libro que ha cambiado a pasos agigantados y que nos muestra las grietas de un sistema que pide a gritos una reinvención o al menos, ajustes profundos. A lo largo del país tenemos por un lado, a las pequeñas y medianas librerías que luchan con uñas y dientes por sobrevivir, pero además existe una concentración territorial de librerías, proporcional al poder adquisitivo de la población y en definitiva, mientras en algunas comunas abundan estos espacios, en otras hay ausencia total de ellos.
Desde la Asociación de Librerías de Chile o la Red Latinoamericana de Librerías Independientes, se ha dejado en claro que el apoyo del Ministerio de las Culturas ha sido insuficiente y en última instancia, el problema no se puede restringir a la compra-venta de libros, porque va mucho más allá de eso: no existe una política pública respecto del rol del libro en la construcción de la sociedad, que atienda las desigualdades estructurales que nos definen actualmente.
¿Sería oportuno crear un sistema nacional de librerías?, ¿cabe todavía el sueño de una editorial como Quimantú, pública y abierta a toda la ciudadanía?... Al menos, parece pertinente atender a algunas ideas pioneras que intentan hacer frente a la situación, como es el caso de "Recoletras", la primera librería popular de Chile, ubicada en Recoleta, que ofrece títulos a precios rebajados entre un 40% y 70% en comparación a sus valores de mercado.
El desafío de convertir a Chile en un país de lectores
En definitiva, la crisis en este gremio trae consecuencias no solo económicas, sino que también acarrea la falta de lectura y de incentivos de esta, en un país donde solo el 5% de los adultos con educación superior tiene un alto nivel de comprensión lectora, según el informe de la OCDE "Education at a Glance 2018".
Un diagnóstico que se extiende a la población infantil, pues la cantidad de alumnos que no entiende lo que lee es cercana al 50% en cuarto y octavo básico, según cifras del Ministerio de Educación aportadas ese mismo año.
Los beneficios de la lectura son múltiples: leer amplía el vocabulario, estimula la mente, es esencial para desarrollar el pensamiento crítico, promueve la creatividad, e incluso, algunos estudios han ido más allá.
El Servicio Nacional de Salud en el Reino Unido, bajo programa “Reading Well, a Books on Prescriptions” concluyó que aquellos que leen alrededor de 30 minutos a la semana tienen una mejor salud mental que los no lectores y 21% menos de probabilidad de experimentar síntomas depresivos.
El desafío es convertir a Chile en un país de lectores, porque es prioritario comprender lo que se está leyendo para la vida en general. La falta de lectura, se transforma en falta de cultura y la cultura, en última instancia, es vital para una sociedad sana y para mantener los pilares de una democracia. Quizá una nueva Constitución pueda expresar por fin un compromiso firme con los derechos culturales.
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