Son los propios protagonistas de la música latinoamericana quienes repasan los últimos 50 años en Rompan Todo, una serie documental de seis partes producida por Netflix.
En el relato parecen las voces de Charly García, Fito Páez, Rubén Albarrán (Café Tacvba), Julieta Venegas, Andrea Echeverri (Aterciopelados) y hasta un póstumo Gustavo Cerati. Todos cuentan la historia de un continente convulso que encontró una válvula de escape en la música.
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La música y su contexto
La serie sigue esta consigna a lo largo de seis episodios y casi 100 entrevistas a músicos de todo el continente, que describen desde la inocencia de los jóvenes mexicanos de los cincuenta que traducían las canciones de Elvis para salir en televisión hasta la globalización de la cumbia caribeña de la mano de la electrónica en la primera década de este siglo.
“La música se nutre del contexto; y el contexto social, político y cultural de Latinoamérica siempre fue riquísimo”, dije en entrevista con EL PAÍS Gustavo Santaolalla, productor ejecutivo del documental, músico y compositor ganador dos premios Oscar, un Globo de Oro y más de 14 Grammy entre un centenar de discos producidos para músicos de todo el continente.
La vida en carne y hueso como músicos en dictadura es un gran tópico a discutir en la serie, sobre todo con Argentina. Desde las amenazas con pistola en mano que recibió León Gieco, hasta la vida en exilio de otros como Charly García, Litto Nebbia, Luis Alberto Spinetta y el mismo Santaolalla.
La prohibición de la dictadura en Argentina no provocó –a pesar de las teorías que priman hasta hoy– un renacer del rocanrol en el país. Para ese entonces Charly García ya había producido lo mejor de Serú Girán –la superbanda que formó refugiado en Brasil tras la disolución de Sui Generis– y había pasado casi una década desde la publicación de Artaud, el mejor disco de la carrera de Spinetta.
Pero mientras la música de los setenta se consolidaba como industria al volver a sonar en la radio, en las discotecas del conurbano de Buenos Aires la juventud empezaba a girar hacia otra cosa. Nacía el punk de Los Violadores, la new-wave encarnada en Virus y el inclasificable reggae-funk de Sumo –irónicamente liderados por Luca Prodan, un inmigrante escocés– que fueron fundamentales para lo que vendría después.
Entre los fanáticos que peregrinaban a las discotecas a las afueras de la capital para escuchar a Prodan nunca faltaban tres adolescentes que ya modelaban altísimas permanentes y que con el advenimiento de la democracia debutarían en televisión con el estrambótico nombre de Soda Stereo.
El rock no está muerto
“El rock atraviesa períodos de hibernación para renacer. Como ahora, que parece que está en cuarentena como el resto del mundo”, ahonda Santaolalla. “Cuando yo llegué a Estados Unidos [el destino de su exilio a finales de los setenta], las bandas top eran Styx, Kansas, Boston, unas bandas horribles que vendían un montón de discos. Pero al mismo tiempo se estaba desarrollando The Clash, venía el punk y el new-wave para renovar todo. Después vino MTV y se comió esos géneros, pero de repente nació el grunge… entonces digo: estamos en un momento de transición, uno más entre muchos”.
A Santaolalla (Buenos Aires, 1951), que le tocó vivir gran parte de estas historias, le llaman el rey Midas del rock latinoamericano. Todo lo que toca lo convierte en oro. Empezó fundando Arco Iris, una de las bandas que se subieron a la ola del movimiento hippie mezclando psicodelia y ritmos andinos. Trabajó en el disco que coronó a León Gieco como el trovador de la época de la represión militar, produjo a Los Prisioneros cuando eran la voz del Chile que estaba harto de Pinochet, y descubrió a Café Tacvba en un México que volteó a escuchar sus ritmos mestizos cuando la prosperidad no rimaba con el respeto a los pueblos indígenas.
En menos de seis horas, ‘Rompan Todo’ recoge el testimonio de todos los protagonistas de estas historias para armar una línea de tiempo que recorre desde el punk colombiano que sonaba en los ochenta mientras Pablo Escobar aterrorizaba Bogotá con coches bomba hasta el blues que se cantaba en Uruguay cuando el nuevo siglo traía la crisis económica. Por lo menos hasta entrado este siglo. Rompan Todo deja la página en blanco a partir de 2010. Mientras, el continente vive otro año marcado por el descontento y la estrella del trap, Bad Bunny, publica tres discos y se convierte en el artista hispanoamericano más escuchando desde que hay registro.
“Ahí también hay rock”, asegura Santaolalla. “El futuro está en la capacidad de la reinvención, que ocurre siempre. Siempre llega un momento en el que el género cae. Entonces llegan los que dicen que el rock ha muerto. Eso de que el rock ha muerto lo vengo escuchando… ¿sabés hace cuánto tiempo? En cincuenta años, un montón de veces. Pero lo hermoso del rock es que aunque sepas solo dos tonos podés hacer una canción igual. Es una actitud de vida”, sentencia.
“Los chicos del trap están volviendo a lo que teníamos cuando comenzó todo: éramos jóvenes hablando a los jóvenes”, resume Santaolalla y cierra: “El rock había entrado en una especie de gerontocracia. Celebro que estemos saliendo de eso”. Quien desconfíe puede quedarse con la visión de Andrés Calamaro que, ante la misma pregunta, en un episodio del documental, sentencia: “El rock no va a morir nunca. Todos los días un niño descubre a Los Ramones y quiere sonar como ellos”.