Las fresas son un fruto muy conocido en todo el mundo, y caracterizado por su frescura, sirve para múltiples platos. Sin embargo, ¿nos hemos preguntado alguna vez de donde podría provenir?
Una teoría contada por la BBC, dice que en el 916, el Rey Carlos III de Francia, recibió un regalo que le agradó mucho: una fuente repleta de fresas maduras. 800 años después, otro Rey de Francia (Luis XVI), temía que el tratado de Versalles dejara al país sin acceso a las riquezas provenientes de América.
Por eso, en 1711, mandó a un espía al sur del “Nuevo Mundo” a recoger información. El elegido fue un hombre llamado Amedeé, quien era descendiente de quien le había regalado las fresas a Carlos III. En este viaje, la historia de las fresas cambiaría para siempre.
Tierras mapuches
El hombre se hizo pasar por marino mercader para poder realizar su misión sin levantar sospechas. En esta aventura, lo que más llamó la atención del hombre fue lo que encontró en su paso por las tierras mapuches: una planta que los nativos llamaban kellén o quellghen.
“Cultivan campos enteros de una especie de fresa diferente a la nuestra por las hojas más redondeadas, más carnosas y muy peludas”, fue lo que dijo en su momento Amedeé en su relato "Un viaje al mar del sur y a lo largo de las costas de Chile y Perú en los años 1712, 1713 y 1714", al referirse a aquello que los indígenas cultivaban entre los Andes y el Pacífico.
Pese a que es difícil establecer el origen de las fresas pues se han encontrado especies endémicas en casi todos los lugares del mundo además de Australia, las tierras al este de Los Andes, Medio Oriente y África, la que provenía de Chile tenía una diferencia particular.
La respuesta está en la genética
Los estudios del genoma de este fruto han evidenciado que las americanas son octoploides, según BBC. Esto quiere decir que tienen ocho copias completas del genoma que fueron aportadas por varias especies parentales distintas.
Así, los investigadores creen que es posible que estas hayan “viajado” hacia Norteamérica pasando por el estrecho de Bering hace 1,1 millones de años, donde se creó un híbrido con la especie existente.
El caso es que para cuando los humanos aparecieron en el planeta, ya había fresas silvestres de muchos tipos por todo el hemisferio norte y también por las tierras mapuches, donde las cultivaron y domesticaron durante siglos, mucho antes de que llegara Amedeé.
De esta manera, el viajero se dio cuenta que las francesas eran mucho más pequeñas que las que se llamarían “Frugaria Chiloensis”, por eso en el trayecto se llevó unas cuantas. Sin embargo, estas no crecían de igual manera en Francia.
créditos: BBC.
¿Qué pasó con el fruto?
Intencionalmente o no, tiempo después se había estado plantando fresas cerca de las que eran chilenas, estimulando a estas últimas a producir frutos y así, las semillas de esos producían a su vez unas plantas híbridas vigorosas y resistentes.
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Finalmente, esas fresas, del tamaño de sus madres chilenas pero con un color rojo más oscuro y un sabor más pronunciado, se tomaron el mundo. Y esto no es una exageración: es altamente probable que todas y cada una de las fresas que has comido sean descendientes de las que los mapuches cultivaron hace millones de años, según BBC.
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